domingo, 23 de diciembre de 2012

Cuando los caudillos desaparecen

Cuando los caudillos desaparecen

Pero la legitimidad más vistosa era la tercera: el carisma. Los caudillos eran obedecidos por los rasgos de su personalidad. Una parte sustancial de la sociedad, a veces la mayoría, delegaba en ellos la facultad de pensar y decidir. Podían
saltarse a la torera las reglas y las instituciones. El papel de las personas era aplaudir y repetir consignas: “lo que usted ordene y cuando lo ordene, Jefe”.
El gran problema del caudillo carismático es que no puede transmitir su poder. Pueden designar herederos, pero la relación entre éstos y los gobernados es muy diferente. El previo endiosamiento del caudillo sustituido pesa como una losa sobre la imagen del delfín.
En Argentina nadie ha podido calzar las botas de Perón, aunque todos invocan su santo nombre en vano, y en Cuba Raúl Castro sufre la constante comparación con su hermano Fidel. En voz baja y con mala leche le llaman el “Mínimo Líder”.
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Si hay alguna moraleja en esta triste historia, es que el mesianismo y los caudillos carismáticos son tremendamente perjudiciales para las sociedades. No hay sustituto para el poder racional arraigado en las instituciones, la subordinación a la ley, la meritocracia, la competencia, la rotación ordenada de los mandatarios y la cordialidad cívica con el adversario. Es así como se gobiernan las treinta naciones más exitosas del planeta. No es así como se gobierna Venezuela. Por eso, después de Chávez, es probable que sobrevenga el diluvio.http://www.notiar.com.ar/contenido/internacionales/int_7859.htm#1http://www.notiar.com.ar/contenido/internacionales/int_7859.htm#1

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